Muerto entonando su propio requiem

Un segundo que se delata frente a mis ojos, el tormento de verlo pasar, uno tras otro uno tras otro, solo caminando libre en mis ojos el sabor de la vida, el sabor del frío viento mojando el ultimo suspiro; el cielo, como mirar el enorme cielo sin caer, mirándolo de espaldas me veo en su infinito, no veo nada, pero lo puedo sentir, el frío, el semblante amable del campesino, el olor a flores marchitas, el olor del pasto humedecido por los cantaros de los que veo, silencio, el crujir de sus ojos mirando como estupefactos el final; como no desear el ultimo suspiro de la mañana primaveral, el tardío rocío de sus hojas en mi techo, mi lecho, mi cuna; ¡ha!, el silencio de los pasos sobre la lluvia de sus memorias, sobre mi lecho y mis suspiros de vida en los rincones de ella, vida, vida, vida; camino sobre mis mismos pasos, recostado contra mi espalda mirando el infinito mientras contemplo el paso de las nubes congeladas en el cielo, el cielo de mis años de juventud, como deseo esas carreras sobre la tierra donde duermo, mi boca yerta sobre mis labios, el rocío, el rocío sobre mis pestañas y el campesino corre sobre sus incredulos pies; ahí viene ella; sueño ya sin poder soñar, mirando el horizonte del final en un instante tan corto y maravilloso, como te quisiera recordar, segundo de mi vida, segundo del todo por detrás, lo definitivo; llegando en su caballo con mis ojos perdidos en los suyos, en ese segundo solo imagino los velos. Nunca me gustó el negro, pero me lo imagino justo ahora en las cabezas de los que me ven bajando poco a poco al ultimo instante de mi respiración letal.

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