Pabellón 26

Estoy en medio de un solitario pasillo, en medio del observador instante de las ventanas a las tres de la tarde. Es aquí donde me encuentro, a las puertas del pabellón 26, solo, al menos eso creo.

A lo lejos veo otras personas, a una creo conocerla, me parece que en algún momento de mi vida la vi, aunque no me importa. Tengo que esperar, una gripe o algo parecido me tiene aquí, esperando, solicitando contra mi voluntad las frías manos del médico auscultando mi pecho. Estoy solo, en este pasillo.

Tomo mi lugar en una de las bancas, están frías, como todo en este lugar. Me acomodo un poco y me doy vuelta para ver la ventana, siento como la suave luz de esta entra, dándome un mínimo instante de calor en ese inquietante lugar de espera. El gusto dura poco, el frío se deja asomar, el tiempo se alarga sin piedad, miro la hora y faltan cinco minutos para las tres de la tarde.

La ausencia de personas o alma alguna además de la mía me comenzaba a agobiar lentamente, la cerámica del piso me inspiraban cierta sensación sobrecogedora y poco amable, cada cuadro, uno por uno, me observan penetrando en mis pupilas clavando fugazmente gélidas estacas en mi cerebro, es el frío de las saetas el que me carcome y duele, las puñaladas son solo una molestia. Dejo de concentrarme en el piso para calmar el dolor, ya no estoy en el pasillo, ya no espero impaciente en el mismo pasillo sobre el cual me encontraba hace unos minutos, me inquieta pensar que estoy dentro de una maquina, sórdida y desesperante maquina de insonora agonía.

Pavor, el instante mismo me carcome por dentro, mis ojos clavados al mismo tiempo en todo el pasillo, cada ves más largo, más frío y horrible, desesperante  y mortal me atrevería a decir. Hace unos instantes mis sonoros pasos en recepción, el tibio sol acariciándome en la entrada del recinto, todo.  Siento como si respirara hielo molido en filosos cristales bajo cero absoluto, todo se congela frente a mi, nada más se mueve, solo yo con mis sordos quejidos, ¡quiero llorar!.

Tomo el reloj rápidamente con mis torpes manos temblando, miro la hora, tres de la tarde con dos minutos, siento que lentamente enloquezco. Un silencio espectral ensancha el pasillo, mis ojos perturbados observan como este se alarga y desaparecen sus murallas en el infinito y oscuro horizonte. No hay salidas, mucho menos entradas, el antes angosto pasillo era ahora una gigantesca y sepulcral cámara donde solo estoy yo, unos cuantos y fríos asientos y la ventana. Me saturan enfurecidos ruidos espectrales provenientes de mi mente, el sonido tan ajeno a ese pasillo ahora es rellenado con figuras en mi mente, ruidos tan mudos e inexistentes que ni si quiera estoy seguro de escuchar, los cristales de hielo mental me penetran y el horror se funde en cada uno de mis poros. Sonidos mudos inundan mi estancia, cadavéricas manos nacen de la solitaria ventana a la nada, solitarias manos que acarician mi cabello en un acto de paranoia que me asusta no por su ser, si no más bien por lo cuerdo que esto resulta ser. Perturbadoramente bellas y sobrecogedoras mientras en mi mente grito y lloro en estas eternas horas de esperas por que algo pase, algo, o alguien que se acerque a este maldito pasillo. Mi única compañía, tomo mis manos como mis únicas armas contra ese mal invisible e inexistente, siniestro.

La desesperación toma parte de mis nervios, cada mínima fibra de mi cuerpo me pide a gritos salir de aquel salón donde antes estaba el pasillo, escapar de ese calabozo mental lleno de angustiantes sentimientos y el pesado hielo que arranca a pedazos mi alma por mis ojos. El aire es denso, oscuro y sigiloso, frío y quejico en este maldito infierno.

Mis ojos desorbitados, mi boca aterrada , mi piel rugosa y asombrada, mi respiración suena hasta el fondo de mi cuerpo, el pánico reina en mis manos temblorosas por el frío y la nostalgia de hace solo unas horas atrás, creo que estoy enloqueciendo, no, no lo estoy, aunque el frío me atormente o la palabras lluevan solas rompiéndose al caer, mañana pensando, el pasillo se desmorona, el miedo, lágrimas que no pienso dejar caer, el desierto, aves afuera vuelan tan libres, perros y gatos callejeros, libertad, en mi mente y el pasillo, estoy confinado, ¿eternamente?,quiero escapar, las manos se traslucen en el vidrio, el piso, si, si, si, si. ¡NO!, ya comenzó, se ríen en silencio, cerámicas del piso, silencio, ¡silencio!, silencio, respira y cálmate, respira, no tengas miedo, mi mente, el fin.

Tres con veintisiete minutos, el pasillo colapsa por fin en su antigua forma fría y solitaria, mis ojos se alegran al ver unos paso entrar por el colérico horizonte , una mujer busca al mismo doctor que yo, me saluda cortésmente y se sienta a mi lado, se sienta a mi lado, a mi lado cuando el pabellón 26 vuelve a aparecer.

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